Ayer tocamos el cielo. Casi de manera literal. Situado en el
piso 24 del Hotel Me by Meliá de Barcelona se encuentra situado el restaurante
de los Hermanos Torres, el Dos Cielos. Sergi y Javier Torres ya hace años que
trabajan juntos en Dos Cielos, pero su currículo anterior ya brillaba por
separado. Uno, jefe de cocina de Can Fabes (Sant Celoni), el otro, brillando en
los mejores restaurantes de París. La joint venture familiar que estos dos
hermanos han creado en Barcelona tenía que salir bien por narices. Y como era
de esperar, con trabajo y esfuerzo hasta salen por televisión ahora…dos
fenómenos.
La velada empieza siempre por la cocina en Dos Cielos. Era
la segunda vez que visitábamos el restaurante, y en ambas ocasiones hemos
entrado por la cocina. Detalle muy auténtico y que todo comensal siempre
agradece. Todo impecable, equipo de trabajo a toque de corneta y los Hermanos
Torres que liderando el equipo, se permiten el lujo de parar un momento para
estrecharte la mano y desearte que disfrutes de la experiencia. El servicio,
nos mostró el comedor y nos ubicó en nuestra mesa situada en la terraza. Unas
vistas y una atmósfera espectacular nos acompañaron durante toda la cena.
La cena fue propia y a la altura de la estrella Michelin que
poseen. De hecho, uno de los temas que comentamos durante la cena es que, en lo
que a comida se refiere, quizás merecen más que una sola estrella. Nos recordó bastante a ABaC, y recordemos que en nuestro última visita allí (link ABaC)
discutíamos si las dos estrellas que tienen podrían ser tres. Existe una diferencia
importante entre ambos, y creemos que los señores de Michelin le dan mucha
importancia: la ubicación y las instalaciones. ABaC en sí es un hotel, de
superlujo, y situado en Sant Gervasi. Por lo contrario, Dos Cielos está dentro
de un hotel ubicado casi tocando al Forum. No tenemos dudas de que aquella zona
acabará explotando y este restaurante liderará dicha explosión, pero hasta el
momento están limitados a una estrella Michelin.
Entremos a lo importante, no dudamos ni un segundo en qué teníamos
que tomar. En este tipo de restaurantes te tienes que meter de lleno al menú degustación.
Previo a elegir eso, para acabarnos de convencer, nos sacaron dos aperitivos. Primer aperitivo,
símil de tomate de la huerta, pero confitado y rellendo de un pescado macerado
similar a una sardina, la arena del tiesto también comestible era maíz tostado
con malta. El segundo aperitivo eran unos snacks de un símil de batata
brasileña con un cremoso interior de gusto parecido al wasabi pero sin la
vuelta picante de éste.
El menú consistió en 7 platos y 2 postres. Para
empezar, consomé de ave, almendras de leche y cecina y a continuación granizado
de tomate, olivas y ahumados de río. Ambos platos muy contemporáneos. Clara muestra
de cocina moderna. El consomé en forma de gelatina, y en segundo lugar la sopa
de tomate y aceite de oliva granizada. En paralelo a esto, un mundo de pequeños
detalles. Las almendras de leche eran espectaculares, una fina capa de leche
recubriendo una almendra fresca, los ahumados de río del granizado tenían mil
sabores…en fin, empezábamos con fuerza la cena.
A continuación nos sirvieron una ensalada fría de garbanzos
verdes con humus. Los garbanzos verdes son totalmente atípicos, no los dejan
madurar por eso ese color, y el humus tenía un sabor cítrico, a lima. Combinación
perfecta. Después de este nos sacaron una crema de ajonegro de las pedroñeras.
El ajonegro es el resultado de tener el ajo durante 40 días a 40 grados, éste
fermenta y pierde todos los componentes picantes y duros de este producto. El
resultado, una crema con unas especies y aromas florales deliciosa.
Ya habíamos acabado con los “starters”, íbamos camino a lo
bueno. Carabinero a la plancha, en su jugo y con cilantro. Este plato tiene un
ritual para comérselo. Al venir de comer el ajonegro, había un suave regusto
que se mantenía en nuestras bocas, por este motivo (y como está todo pensado)
nos indicaron que antes de empezar con el carabinero, debíamos comernos una
bolita verde que acompañaba el plato. Esta composición verde tenia un efecto
limpieza de sabores en boca que permitía poder volver a empezar. Nos comimos el
carabinero como si fuera el primer plato del menú. Excelente.
Y ya solamente nos quedaban dos platos. Pescado y carne. El
pescado fue un Santpere meunière con unas perlas de almendra. El Santpere es un
pescado blanco suave, similar de gusto al lenguado que estaba perfectamente
elaborado. Por último tomamos una espaldita de cabrito que como no podía ser
menos, estaba súper tierna y jugosa. No podía haber mejor manera de acabar con
la cena.
Los postres: pre-postre salvaje y postre principal con
inspiración a copazo. El pre-postre era un postre basado en los frutos rojos
silvestres. Bizcocho de frutos rojos desmenuzado que hacía de base terránea
para acompañar un sorbete delicioso de frambuesa y los frutos silvestres. Muy
original. Por último, el postre por excelencia Gin-Tonic. Mezcla elaborada de
mil maneras de los componentes que lleva el copazo. Gelatina de tónica, sorbete
de lima, bizcocho de ginebra con azúcar, acompañado de un baso de tónica con
cardamomo y pepino. Curioso modo de tomarse el digestivo. La verdad es que nos
pareció súper original. Un 10!
En definitiva, la experiencia es más que recomendable. No hace falta ponerles más méritos de los que ya les hemos echado. Nuestra opinión es que como sigan trabajando así Dos Cielos pronto tendrá la segunda estrella Michelin.
Dos Cielos
Carrer Pere IV, 272-286
08005 Barcelona
www.doscielos.com
Precio por persona 130 euros (vino incluído)
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